28/2/11

La cárcel en Roma.

Los romanos no concebían el hecho de encarcelar o ejecutar a alguien y las penas habituales eran de exilio, conmutación de pena que podía solicitar cualquier ciudadano, si se le decretaba la rara sentencia de muerte.


El exilio se enunciaba de una forma extraña: Al condenado se le prohibía llevar la toga, y se le denegaba el derecho a agua y fuego en x millas a la redonda (a peor castigo, más millas).

Por cargos menores, se imponían multas o confiscaban bienes. Un ejemplo es el del juicio contra Estenio de Termas, acusado de falsificación y al que se le pidió una pena, que consistía en la flagelación y una multa por valor de 5000 sestercios.

El castigo habitual por robo “in fraganti” era la verberatio, una flagelación.

Por ello, sólo había una cárcel en Roma, llamada Lautumiae. También existía el equivalente al “corredor de la muerte”, el Tullianum, ambos situados juntos en el clivus argentarius, a espaldas del Foro.

En ninguno de los dos casos, tenían soldados ni guardias permanentes, pues solían estar vacías. Además, apenas tenían medidas de seguridad y por ello, en tiempos de Mario, se tuvo que usar la Curia, con sus férreas puertas, para encerrar a salvo del pueblo a unos traidores.

En los excepcionales casos en los que las cárceles estaban ocupadas, se obligaba a unos cuantos líctores a custodiar las puertas, para que no salieran. Pero no tomaban el oficio muy en serio, pues no les reportaba prestigio ni sobornos, como cuando eran los custodios de Cónsules o personajes importantes.

Otra cosa era “La cantera de piedra” de Sicilia, obra de Dionisio el Tirano, excavada en la roca y con más de 3 siglos de antigüedad en la época del vivo, descrita por los pocos que salieron de allí, como un descenso al Hades y llena de pintadas que decían “edikaiothesan” reflejaban los ajusticiados allí. Pero eso no era Roma.

En cuanto a la pena capital, apenas aplicada, era tan mal vista por los romanos que cuando Cicerón mandó ejecutar a Catilina y sus secuaces, por conspirar contra la república en el 63 A.C., salió del Tullianum diciendo uno de los eufemismos más grandes de la historia: “Viverunt” (vivieron) en lugar de decir: Han sido ejecutados o han muerto.

La traición era un ejemplo de delito capital, como lo que ocurrió contra Catilina. También el parricidio como en el caso de Sexto Roscio o el de Cayo Popilio Laenas. Los dos fueron declarados inocentes. Pero la pena para los parricidas era aún peor que el estrangulamiento en el Tullianum: Se desnudaba al convicto, era azotado hasta dejarlo en lamentable estado, vituperado, maldito y apedreado por la plebe y encerrado en un tupido saco, con 4 animales que simbolizaban ciertas cosas:

-Mono: Burla de los dioses: Una burda imitación del hombre, como el convicto lo era, pues un hombre de verdad no mata jamás al ser que le da la vida y dueño de ésta, por tanto.

-Perro: Animal fiel al hombre, más que ese hijo asesino del padre.

-Gallo: Con afiladas garras y picos, verdugo del hombre que no merece tal apelativo. El perro (el que vigila el hogar) y el gallo (el que despierta en el hogar) representan a su vez a los guardianes del hogar, que no han sabido proteger al padre del hijo, de ahí que le acompañen en su agonía.

-Víbora: Principio masculino, que puede matar y dar vida.

Se arrojaba el saco cosido al Tíber, privado de toda dignitas, sin luz, como una vuelta al seno materno del cual no debió salir jamás, se convierte en un “no nacido” (no nato). Se vigilaba el curso del río para que nadie lo rescatara o se escapara accidentalmente. Así acaba su vida: Privado del aire, luz, agua y tierra. Devorado al fin por Neptuno y entregado a Plutón. Este delito era lo más antirromano que existía, debido a la gran potestad desde tiempos inmemoriales del pater familias. Pero era un castigo terrible.

Otro de los delitos con pena capital era el mantener relaciones con una Virgen Vestal, y pondremos de ejemplo también a Catilina, que fue juzgado por sospecha de mantener relaciones con la vestal Fabia, cuñada de Cicerón. Esa vez fue absuelto. La pena para la Vestal ,en caso de probarse la culpabilidad, solía ser la lapidación en vida.

Otras salidas para limpiar la dignitas de la familia tras alguna acusación o error importante, era el suicidio (habitualmente por envenenamiento) y el dejarse morir de hambre. También era práctica habitual en Grecia y personajes como Séneca, condenado a muerte por impío, se suicidó en lugar de ser ajusticiado, pero sólo podían hacerlo aristócratas o gentes insignes.

Había unos seis tribunales en sesión permanente, rodeando el Foro. Todos abrían a la vez y esto hacía que estuviera la zona intransitable, por la cantidad de personas que los componían: El pretor de cada sala con sus 6 líctores, los abogados, el jurado, los amigos y partidarios de cada bando, los curiosos, además del resto de gente que frecuentaba el Foro: Políticos, clientes de éstos, aspirantes, etc.

Los juicios eran una especie de reallity show de la época y congregaban a las masas. También eran muy utilizados para las campañas políticas y, por tanto ganar votantes.

Todo empezaba con la postulatio: El demandante entregaba el postulatus lacrado, al pretor del tribunal al que correspondiese el enjuiciamiento. Por ejemplo, siguiendo con el caso de Catilina, Publio Clodio Pulquer fue quien le llevó ante el Tribunal de extorsiones. Tras ello, la divinatio y la nominis delatio, que era el juicio en sí.

El juicio era uno de los principales derechos de un ciudadano romano. La frase Civis romanus sum en latín significa: soy ciudadano romano. El empleo de la frase proclamaba al que la mencionaba como ciudadano libre del imperio romano, y por lo tanto reclamaba este derecho, cuando algún romano era apresado injustamente fuera de la ciudad. Un ejemplo de ello se narra en los textos de Cicerón “In Verrem”, en donde Verres, gobernador corrupto de Sicilia, encarcela y mata a un ciudadano, por intereses económicos. El pobre hombre fue asesinado, repitiendo esta frase repetidas veces (no deja de recordarme a las pelis de piratas de la Perla Negra y su "derecho de Parlamento".) Afortunadamente, Cicerón consiguió el veredicto de culpable para el corrompido político. Por desgracia, las mujeres no eran consideradas ciudadanas y estaban excluidas de todos esos derechos, incluido el de votar.

Una muestra de la reproducción de las XII Tablas de la Ley Romana, en la imagen.


Extraído de

http://www.legioviiii.es/documentos/stilus/Stilus_4_Antigua_Roma_Medulas_Leon_bulla_XIITablas.pdf

De esta revista digital son interesantes el artículo resumen de las XII Tablas y el de los nacimientos.

2/2/11

Vuelta al tajo!!!


Hola a todos!!!
Tras el lapso de los exámenes, entramos en la recta final hacia los Saturnales.
Estoy dispuesta a quedar con vosotros para lo que queráis, ya sea comentar cosas del pj, de la trama o del disfraz. Sólo tenéis que mandarme un mail a la dirección habitual (piliescriba[arroba]telefonica.net) y así, ajustaremos horarios.
Por otra parte, quiero recomendaros una web muy interesante, aunque tiene un diseño muy indigesto, pero merece la pena, porque está bastante bien documentada y la información es resumida y buena, sobre todo el apartado: Vida diaria.
Pronto os diré cómo hacer el pago del vivo, pero se aceptan sugerencias. Os recuerdo que serán 50 €.
Ale, seguimos en contacto.
P.

1/2/11

MORIR EN ROMA




Religión II: Morir en Roma.

Memento mori.

Recuerda que eres mortal.

CARMEN CI de Cátulo a su hermano.

Después de recorrer muchos países

y mares, he llegado, hermano mío,

para asistir a tus exequias tristes,

para rendirte el último tributo

y vanamente hablarle a tus cenizas

mudas, porque el destino te ha apartado

de mi lado a traición, injustamente.

Ahora, toma al menos esta ofrenda,

que según la paterna tradición

se tributa a los muertos, recubierta

por completo de lágrimas fraternas.

Este es mi último adiós, querido hermano.

La muerte es uno de los ritos de paso más importantes en todas las culturas. Pero el espíritu pragmático del romano, más que plantearse la pregunta metafísica de lo que iba a ocurrirle al fallecido, entendía los funerales como un sistema objetivo de actuaciones, cuya misión era otorgar paz a los difuntos y mantenerlos apartados de los vivos. No se conoce muy bien la creencia personal de los romanos sobre la vida en el más allá, aunque las inscripciones funerarias insisten mucho en el disfrute de la vida, aunque en ciertos textos se puedan vislumbrar alusiones a la esperanza de permanecer de alguna forma, al menos en las mentes de la gente. De hecho, parece ser que una pregunta trascendental típica de los filósofos de la época era: ¿Qué es mejor, ser odiado en vida y recordado gratamente o vivir con la aprobación general, pero no perdurar en el recuerdo?

Catulo el poeta decía: “Los soles se pueden poner y volver a salir. A nosotros, cuando se nos ponga esta breve luz, nos tocará dormir una única noche perpetua”. En cambio, Horacio pensaba que había una especie de pervivencia gracias a sus escritos y afirmaba: “No moriré completamente”. Pero en cualquier caso, no tenían un concepto del “cielo” o paraíso de la religión cristiana o de otras, tan variopintas como la nórdica con su Valhalla.

El culto romano a los difuntos tenía un doble propósito:
que los muertos sobrevivieran en la memoria de sus parientes y amigos y tratar de asegurar un medio directo de atención para sus restos mortales en la tumba: comodidad, refresco y renovación permanente de vida para sus espíritus inmortales.

El proceso de duelo y las ceremonias de “gestión” de los muertos en Roma estaban determinados según la gens a la que se pertenecía, pues en cada una había un ritual específico, se hacían sacrificios a determinados dioses lares y se procedía de una forma especial. Un hecho común era el que el ceremonial debía de ser realizado escrupulosamente para que el difunto no se convirtiera en un alma en pena o Lemur.

Para rechazarlos y apaciguarlos, los romanos celebraban las "Lemuria" los días 9, 11 y 13 de mayo. Los "lemures" eran los espíritus de los muertos, de los aparecidos.

A medianoche, el jefe de la familia se levantaba y con los pies descalzos recorría los pasillos de la casa haciendo chasquear los dedos para espantar a los espíritus, arrojando hacia atrás, sin volver la cabeza, habas negras y repitiendo nueve veces seguidas: "Con estas habas me rescato y rescato a los míos". Finalmente, después de una lustración con agua sagrada, golpeaba una placa de bronce, repitiendo otras nueve veces: "Espíritus de mis antepasados, fuera de aquí". A medida que la civilización progresó, los romanos se habituaron a considerar a los muertos como miembros de la familia que vivían en una especie de ciudad de los muertos. Hubo entonces deberes que cumplir para con los difuntos: ofertas de miel, leche y aceite, guirnaldas y rosas, y celebración de una comida, a la cual invitaban al muerto, pedían su bendición y se despedían de él con estas palabras dirigidas al alma desde entonces bienaventurada: Salve, sancte parens ("Salud, oh padre santo").

El día 22 de febrero toda la familia se reunía de nuevo en la casa para un convite común. Esas ceremonias sentimentales deben ser consideradas como una excepción en la vida de los romanos. Práctico, positivo y formalista, el romano mantuvo una actitud de respeto, "pietas". El dios, a su vez, estaba obligado a pagarles en la misma moneda. Violar el contrato hubiese sido "impietas"; ir más allá de lo obligado, una exageración, "superctitio". Lo que llamamos devoción, estaba fuera del pensamiento romano y el entusiasmo místico le hubiera chocado. Por esto no favorecía la piedad individual. Apenas si Catón permitía a los esclavos de la granja celebrar una sola fiesta al año.

El regreso de los muertos podía deberse a tres motivos: venganza, consuelo y demandar un entierro. La literatura recoge estas supersticiones y muestra ya desde la antigüedad clásica fantasmas o convidados de piedra que se aparecen con alguno de estos motivos, así Plauto cuenta en Mostellaria que Diapontio fue asesinado por su anfitrión y enterrado bajo la casa que él ahora atormenta. Plinio nos describe como una casa es visitada porque el cuerpo de alguien fue ocultado debajo de la casa.

Homero en la Ilíada recoge el momento en que Patroclo, una vez muerto, se aparece a Aquiles en sueños y le pide que le dé las honras fúnebres debidas y le anuncia su propia muerte:

¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado cuando nací me deparara. Y tu destino es también, oh Aquileo, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquileo, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menetio me llevó desde Opunte a vuestra casa por un deplorable homicidio —cuando encolerizándome en el juego de la taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante—, y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.

Ilíada,XXIII,69

Haremos un compendio de generalidades sobre los distintos ritos, pero podría variar, según la gens.

Lo primero era asegurarse que el muerto lo estaba realmente. Para ello, sus parientes lo increpaban en la llamada conclamatio. Tras ello, se lavaba y ungía al difunto y se vestía con ropas elegantes.

La costumbre más habitual era la incineración, aunque también se enterraba. Pero para llegar hasta ese punto, sucedían muchas cosas:

El duelo tras la muerte habitualmente duraba de 3 a 7 días, durante los cuales se exponía el cadáver, rodeado de hierbas aromáticas para evitar el mal olor y se sacrificaba una cerda a las diosas del Inframundo Ceres y Telus. Se acudía al Templo de Venus Libitina, al este de la Ciudad, para inscribir la defunción, aportando detalles del muerto como nacionalidad, edad, si era ciudadano/a).

Los familiares, vecinos, clientes, etc, pasaban a ver al difunto y a dar las condolencias a la familia, que para mostrar su dolor lucía un aspecto desaliñado, por ejemplo, los hombres, para demostrar su afectación ante la muerte de un ser amado, llevaban el cabello y la barba sin cortar. También solían cenar sentados, en lugar de reclinados. Si el finado sufrió una enfermedad larga y se preveía su muerte, ya se iba haciendo y por ello, se decía: “No dejes crecer tu barba demasiado o alguien morirá”. O también: “No estoy tan enfermo como para que os empecéis a dejar barba”. Es famoso el caso de Catón, cuando César entró en Roma, que dejó de cortarse el cabello y la barba y de cenar reclinado, como señal de duelo por la “muerte de la República”.

La excepción eran los legionarios de campaña, que a veces dejaban sus cabellos y barba un poco descuidados, por las vicisitudes de la guerra. Plutarco no se muestra muy partidario de señales exageradas de duelo, pues aflojaban el cuerpo de los que debían de estar fuertes para afrontar tan duro trago y dice así: ·”Es preciso combatir el dolor porque, si se afianza, se empieza primero por cortarse el pelo o ponerse vestiduras en señal de luto, luego sigue el descuido del cuerpo, el no bañarse y el cambiar todo el modo de vida, cuando el alma enferma debe ser socorrida por un cuerpo fuerte.”

El ritual predominante era la incineración y el siguiente paso solía consistir en conducir el cadáver en procesión hasta el lugar en donde se ubicaría la pira funeraria, el ustrinum. Esta procesión aumentaba en pompa según el dinero del fallecido, pudiendo contratarse plañideras profesionales, músicos contratados y exhibiendo las imagines maiorum, que eran los retratos de los antepasados ilustres, que acompañaban al recién fallecido y lo acogían en su seno, indicando a la vez, su honorable linaje. Incluso se podía contratar a actores que representaran a estos personajes ilustres. Esta ceremonia tomó tal envergadura ante determinados notables fallecidos, que el Senado tomó medidas para que no fueran ceremonias tan fastuosas y se promulgaron las leyes antisuntuarias.

El crematorio debía de estar obligatoriamente fuera del pomerium, el recinto sagrado de la ciudad. La pira estaba adornada con cintas y flores. Se le podía cortar un dedo al difunto (según la costumbre familiar), en recuerdo de los días en que se enterraba el cuerpo. Un familiar, sin mirar al difunto, encendía la hoguera mientras invocaba la ayuda de los vientos para que ardiera correctamente. Se vertían libaciones y tocaban las flautas mientras el cadáver ardía.

Se recogían las cenizas en una urna, en donde también se ponía el dedo cortado (os resectum) y se trasladaba a la sepultura familiar, fuera de la ciudad también, habitualmente a ambos lados de las vías. Solía consagrarse a los dioses Manes (Diis Manes sacrum) y se inscribían epitafios.

En una lápida romana aparecía una inscripción que decía: CARO DATA VERMIBUS (Carne entregada a los gusanos). Con el tiempo y la erosión las letras se fueron borrando y solo sé podía leer: CA…DA…VER…) Y es así como nació esa palabra que define a un cuerpo muerto. Todos conocemos el famoso RIP de las lápidas: Requiescat in pacem o descansa en paz.

Podía haber un banquete (silicernium). Era entonces cuando se abría de nuevo un periodo de luto y se hacían rituales de purificación del hogar, contaminado por la presencia del fallecido: Se barría la casa, se purificaba con fuego y agua, se quemaban hierbas aromáticas, etc. El noveno día después de la muerte se volvía a la tumba y se celebraba un sacrificio y libaciones, seguido de un banquete, novendialis. A partir de ese momento la herencia podía repartirse y la familia volvía a ser pura.

Aunque la vida seguía, los muertos eran honrados periódicamente. Había una serie de festividades reglamentadas, al margen de actuaciones personales. Eran los Parentalia (que incluían los Feralia y los Caristia), los Lemuria, los Violaria, los Rosalia y los Larentalia. En estos días nefastos, los templos permanecían cerrados y no era de buen augurio el contraer matrimonio. Se ofrendaban flores (violetas, rosas) y alimentos como panes, vino, leche, etc. El paterfamilias debía de realizar ciertos rituales de protección del hogar, pues se pensaba que en esos días los espíritus campaban a sus anchas por el hogar, la ceremonia concluía con una exhortación a los muertos: “Manes de mis antepasados, ¡marchaos!”

Por último, os copio unos ejemplos de este tipo de ceremonias. En primer lugar vemos un gran funeral, acaecido según Suetonio a la muerte del Princeps Augusto (Octavio): “C. (Octavio había adoptado el trianómina de su tío abuelo César, por eso lleva esa inicial, que representa la palabra Cayo o César) Murió en la misma habitación que su padre Octavio, bajo el consulado de Sexto Pompeyo y de Sexto Apuleyo, el 14 de las calendas de septiembre, en la novena hora del día, a los setenta y seis años menos treinta y cinco días. Trasladaron su cuerpo de Nola a Bobilas, llevándole los decuriones de los municipios y de las colonias y viajando de noche a causa de la estación. En Bobilas fue entregado a los caballeros, que lo condujeron a Roma, depositándolo en el vestíbulo de su casa. El Senado quiso honrar su memoria, celebrando sus funerales con pompa extraordinaria; presentáronse al objeto numerosas proposiciones: unos querían que el cortejo pasara por el arco de triunfo, precedido por la estatua de la Victoria que está en el Senado, y por los jóvenes nobles de ambos sexos cantando himnos fúnebres; otros, que en día de las exequias se llevasen anillos de hierro, en vez de anillos de oro (como símbolo de duelo y modestia); proponían algunos que se encargase de recoger sus huesos a los sacerdotes de los colegios superiores. Uno propuso también que se trasladase del mes de agosto al de septiembre el nombre de Augusto, porque había nacido en el último y muerto en el primero; otro, que el tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta su muerte se llamase siglo de Augusto y con este nombre se designase en los fastos. Se pusieron, sin embargo, límites a tales proposiciones. Sobre sus restos fueron pronunciados dos elogios fúnebres: uno por Tiberio, delante del templo de J. César, y otro por Druso, hijo de Tiberio, cerca de la antigua tribuna de las arengas; fue llevado en hombros por los senadores hasta el campo de Marte, donde le colocaron sobre la pira. Un antiguo pretor aseguró allí que había visto elevarse de entre las llamas hasta el cielo la imagen de Augusto. Los más distinguidos del orden ecuestre, descalzos y vistiendo sencillas túnicas, recogieron sus cenizas, depositándolas en el mausoleo hecho construir por él durante su sexto consulado entre el Tíber y la Vía Flaminia; habíalo rodeado de bosque, quedando desde aquella época convertido en paseo público.”

Este otro ejemplo refleja lo ocurrido tras la muerte de Cepión, el hermanastro querido de Catón, durante las guerras serviles de Espartaco.

Cepión acababa de fallecer. Este golpe parece que le llevó con menos paciencia del que era de esperar de su filosofía, dando muestras de un profundo dolor, no sólo con derramar largo llanto y con abrazarse repetidas veces al cadáver, también con el gasto en los funerales y con las prevenciones de aromas, de ropas ricas llevadas a la hoguera y de un monumento labrado de mármoles de Paro, erigido en la plaza de Eno, que tuvo de costo ocho talentos. Hubo algunos que calumniaron esta magnificencia, comparándola con la severidad de Catón en todo lo demás, no haciéndose cargo de que en su misma entereza e inflexibilidad para los placeres, los terrores y los ruegos vergonzosos entraba mucha parte de dulzura y amabilidad. Con motivo de este duelo las ciudades y particulares poderosos le hicieron magníficos presentes en honor del muerto, de los cuales, no admitiendo dinero alguno de nadie, recibió los aromas y cosas de adorno, pagando su precio a los que las enviaban.

En las imágenes, de arriba a abajo tenéis a las Parcas, las hilanderas del destino que tejían hasta que llegaba el momento de cortar el hilo de plata de la vida de cada humano. Un altar de Lares. casero. Un conjunto de Imaginum.