Su nombre era inscrito en los Fasti consulares (listados con los nombres de todos los cónsules), un gran honor. Además el nombrar a los cónsules era la manera informal de contar los años, con lo que se pasaba a la historia.
Todo aquel que había sido cónsul entraba en la categoría de consular. Gozaba de una serie de privilegios y de gran estima y respeto por parte del Senado. Se acostumbraba a cederle la palabra antes que a los magistrados más jóvenes. En muchos casos fueron nombrados gobernadores de una provincia con el apelativo de procónsul, lo que solía provocar su enriquecimiento, ya que gestionaban el cobro de impuestos y se ganaban clientela. También fueron los encargados del abastecimiento de grano, lo que le reportaba el agradecimiento de la plebe, si eran generosos.
Los dos cónsules llevaban una escolta de 12 lictores (una mezcla entre guardia de honor y guardaespaldas), pero sólo durante el año en que les correspondía. Los símbolos externos de su autoridad consistían en las fasces, haces o insignias, que portaban los lictores, y en un cetro de marfil (scipio eburneus) rematado por un águila.
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