“Me preguntas cómo paso la jornada de verano en Etruria. Me despierto cuando quiero, habitualmente a las 6, con frecuencia antes, rara vez más tarde... Reflexiono sobre el trabajo que estoy haciendo y lo hago con gran cuidado, como si lo escribiera palabra por palabra y lo corrigiera... Después llamo a mi secretario, le hago abrir las ventanas y le dicto lo que he elaborado en la mente... Hacia las 10 o las 11 -no subdivido las horas de manera rígida, precisa-, según aconseje el tiempo, voy a la terraza o al atrio, sigo reflexionando y dicto lo que he pensado. Después, subo a la carroza y también en ella continúo haciendo lo que hago caminando o tendido. La tensión mental permanece, revigorizada por el cambio. A continuación, echo una cabezadita y doy otro paseo; al final leo algún discurso griego o latino, en voz alta y clara, más por el estómago que por la voz; aunque, de todos modos, esto sirve también para fortalecer la voz. Doy un nuevo paseo, vienen después los masajes, la gimnasia y el baño. A la mesa, cuando está mi mujer o un par de amigos, hago leer algún libro; tras la cena, la comedia o el sonido del laúd; doy, a continuación, un paseo con mi gente, que incluye también a hombres cultos. De este modo transcurre la velada en discursos varios y agradables, y hasta el día más largo pasa como un soplo... A veces voy a cazar, aunque nunca sin mi mesita para escribir, gracias a ella, aunque no cace nada, siempre llevo a casa algo... También dedico algún tiempo a mis arrendatarios (coloní), aunque, según ellos, no el suficiente; sus quejas labriegas despiertan en mí el deseo de pensar en nuestras ciencias (litterae) y en las actividades o asuntos políticos de la ciudad”.
Carta de Plinio el Joven a Fusco, Ep. 9, 36
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