Tras hacer mi pequeña ofrenda de tortas saladas a mi diosa Lar familiar y tomar un poco de pan, queso y aceitunas, me ayudan dos esclavos (por cierto, qué culo tiene este Apolonio…) a colocarme la toga, pues me dirijo al Foro.
-Dóminus, ¿está bien sujeta?
-Sí, Apolonio.
Pronto me compraré una casa con jardín, que no sea una ínsula de 6 pisos, repleta de gente. Bien lejos de la Subura, este barrio infernal, lleno de tascas, tabernas y prostíbulos y donde campan a sus anchas las bandas. Quizá pueda vivir en el Palatino o en el Domus, si me nombran Pontífice. Todo se andará. Si mi padre no hubiera sido tan sentimental como para dividir su herencia entre todos sus hijos, ahora lo tendría más fácil.
Mi prometida, viene de una gran gens y de no menos honorable familia, llena de cónsules. Aportará una buena dote con la que podré marchar de aquí. Me la imagino por algún mercado o gobernando su casa con mano férrea, con las faldas llenas de niños. Ahhh.
Pero aún es pronto, debo de completar mi aprendizaje de griego y oratoria, y buscarme algún gran patrocinador o un buen caso, para que mi fama como abogado me encumbre. Y si no, siempre puedo irme de campaña, pues todos me dicen en los baños Senianos, que tengo un cuerpo privilegiado y ciertamente, qué pocas veces me he visto enfermo. Además, los doctos que repudian la batalla, no saben que una buena estrategia de combate, puede ser tan compleja y apasionante como un gran juicio en el Foro.
Hablando del Foro, voy a irme ya. Iré rápido en la bajada de la Subura y cuando llegue a la vía Sacra, ignoraré los deliciosos olores del Macellum hasta la hora de comer y pasaré a saludar a los pontífices colegas de la Regia, al lado del Santuario de las Vestales: Es hipnótico ver su llama, siempre ardiente, frente al templo. Desde aquí, se puede vislumbrar al este el verdadero corazón de Roma, que late en forma de colosal estatua de Júpiter Óptimus Máximus, junto a su templo en el Capitolio.
Llegaré a los Tribunales, y de allí, a mis clases. Quizá, al mediodía me acerque a la columna Rostra, por si hubiera algún litigio del que aprender o si no, al Tabularium, donde se guardan las leyes y los expedientes de múltiples juicios.
Por la tarde, cuando suba de nuevo hacia mi casa por la vía Sacra, iré a los baños, donde me enteraré de los últimos cotilleos de la Ciudad y sus dominios, además de lavarme y relajarme un poco.
Estoy deseando que lleguen los festivales. Las carreras en el Circus Máximus o los combates en el Campo de Marte, los espectáculos de fieras del Coliseo y las obras de Teatro de Plauto. Pero eso será en los Idus y aún queda un poco lejos. Revisaré mi vestimenta y quizá encargue una nueva toga. Aunque la que deseo lucir alguna vez, es la cándida. Esa blancura sin mácula de los candidatos a Cónsul, cargo máximo de la República y del Cursus Honorum político.
Todos los años es un espectáculo cuando llega el periodo preelecciones: Fiestas, juegos, discursos apasionados, acusaciones de corrupción, sobornos…Es apasionante. En mi interior, sé que pronto estaré entre ellos. Muy pronto.
-Dóminus, ¿está bien sujeta?
-Sí, Apolonio.
Pronto me compraré una casa con jardín, que no sea una ínsula de 6 pisos, repleta de gente. Bien lejos de la Subura, este barrio infernal, lleno de tascas, tabernas y prostíbulos y donde campan a sus anchas las bandas. Quizá pueda vivir en el Palatino o en el Domus, si me nombran Pontífice. Todo se andará. Si mi padre no hubiera sido tan sentimental como para dividir su herencia entre todos sus hijos, ahora lo tendría más fácil.
Mi prometida, viene de una gran gens y de no menos honorable familia, llena de cónsules. Aportará una buena dote con la que podré marchar de aquí. Me la imagino por algún mercado o gobernando su casa con mano férrea, con las faldas llenas de niños. Ahhh.
Pero aún es pronto, debo de completar mi aprendizaje de griego y oratoria, y buscarme algún gran patrocinador o un buen caso, para que mi fama como abogado me encumbre. Y si no, siempre puedo irme de campaña, pues todos me dicen en los baños Senianos, que tengo un cuerpo privilegiado y ciertamente, qué pocas veces me he visto enfermo. Además, los doctos que repudian la batalla, no saben que una buena estrategia de combate, puede ser tan compleja y apasionante como un gran juicio en el Foro.
Hablando del Foro, voy a irme ya. Iré rápido en la bajada de la Subura y cuando llegue a la vía Sacra, ignoraré los deliciosos olores del Macellum hasta la hora de comer y pasaré a saludar a los pontífices colegas de la Regia, al lado del Santuario de las Vestales: Es hipnótico ver su llama, siempre ardiente, frente al templo. Desde aquí, se puede vislumbrar al este el verdadero corazón de Roma, que late en forma de colosal estatua de Júpiter Óptimus Máximus, junto a su templo en el Capitolio.
Llegaré a los Tribunales, y de allí, a mis clases. Quizá, al mediodía me acerque a la columna Rostra, por si hubiera algún litigio del que aprender o si no, al Tabularium, donde se guardan las leyes y los expedientes de múltiples juicios.
Por la tarde, cuando suba de nuevo hacia mi casa por la vía Sacra, iré a los baños, donde me enteraré de los últimos cotilleos de la Ciudad y sus dominios, además de lavarme y relajarme un poco.
Estoy deseando que lleguen los festivales. Las carreras en el Circus Máximus o los combates en el Campo de Marte, los espectáculos de fieras del Coliseo y las obras de Teatro de Plauto. Pero eso será en los Idus y aún queda un poco lejos. Revisaré mi vestimenta y quizá encargue una nueva toga. Aunque la que deseo lucir alguna vez, es la cándida. Esa blancura sin mácula de los candidatos a Cónsul, cargo máximo de la República y del Cursus Honorum político.
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