1/10/10

Religión. Parte I


Hola a todos!!
Para ir haciendo boca hasta que publiquemos la lista definitiva de PJS, que ya tenemos, pero está en proceso de maquetación, os subo este resumen que he realizado sobre la religión romana.
No os voy a poner ningún listado de los nombres y funciones de cada Dios, puesto que los podéis encontrar por internet y os recomiendo que le echeis un vistazo, al menos a los principales. En este resumen pretendo otra cosa.
Hay que considerar que nos hemos criado en una cultura cristiana, dentro de lo que se llaman religiones reveladas o de "libro" y sean cuales sean nuestras creencias personales, tenemos conceptos muy arraigados de los que hay que desprenderse cuando se aborda la religión romana de la antigüedad. Sobre todo hay que desterrar el concepto de la fe en algo. Los romanos no tenían porqué tener fe, simplemente debían de cumplir con sus obligaciones rituales o cultuales (de culto) con los dioses y así, tendrían lo que deseaban. También es importante comprender la diferencia entre la religión privada y la pública, tan ligada a la política que puede afectar enormemente en el vivo.

En otra entrega, añadiré alguna cosa que se me ha quedado en el tintero, pero no quería alargar más el post, para no hacerme pesada.
Os recuerdo que necesito una foto vuestra en la que se os vea bien la cara (no gafas de sol, no pelucas), pues queremos hacer una tabla de fotos asociadas al nombre del pj, ya que Roma era un puto culebrón y casi todos sois familia, amigos o enemigos y es importante que vayamos conociendo a las nuevas incorporaciones y que a su vez, ellos hagan lo mismo.
Mandadla a piliescriba@telefonica.net lo antes posible.
En cuanto tengamos las fotos, os paso los pjs, así que ánimo!!!!
Aeterna felicitas!!!!
Pili.



Quid pro quo o la religión para los romanos:

La relación entre los dioses y los hombres en el mundo romano era una especie de relación contractual, que algunos han reducido a la expresión “do ut des”: “(te) doy para que me des”. Aunque es una visión reduccionista del concepto religioso romano, se acerca bastante a la realidad, pues el ciudadano confiaba en la ayuda divina, que respondía a la veneración del pueblo.

Además, esta religión es calificada como objetiva, basada en el “objeto”, unos ritos estandarizados y muy regulados de forma pragmática, más centrados en resolver problemas mundanos que en averiguar la forma de “salvación” del hombre, como hacen las religiones subjetivas, en las que es precisa la Fe.

Ligado a ello, el conservadurismo (O tempora, o mores! ¡Oh tiempos!, ¡oh costumbres! Como decía Cicerón”) era una característica típica del romano, sobre todo en el ámbito religioso y cuando por descuido o por contingencia histórica ciertos ritos se olvidaron y por casualidad coincidió con una época de crisis o penalidades, rápidamente se alzaban voces que reclamaban la reinstauración de dichas prácticas abandonadas como única vía para dejar atrás las desgracias. También en estos momentos, era habitual que se consultaran los Libros Sibilinos, una serie de profecías en las que se indicaba como devolver a Roma la Pax deorum ante ciertas alteraciones. El colegio de los Quindecemviri sacris faciundis o uiri sacris faciundis estaba encargado de consultar e interpretar las profecías de los Libros Sibilinos. Tras dicha ceremonia, se solía prescribir un lectisternia o puluinaria, banquete público al que eran invitados varios dioses, representados por sus estatuas y que era la máxima simbolización del deseo romano de mantener la Pax Deorum, pues el compartir alimentos favorecía la concordia y el entendimiento entre hombres y dioses.

La religión tenía en Roma dos vertientes bien diferenciadas: La pública y la privada. La religión oficial estaba regulada por diferentes colegios sacerdotales y codificada a nivel estatal, estructurada en un riguroso calendario de días fastos y nefastos que marcaban la actuación de los tribunales, las votaciones de carácter político, los días de mercado, etc. Con la religión se busca mantener en todo momento la concordia con los dioses, la Pax deorum, “estar a bien” con ellos. Las relaciones entre el hombre y los dioses se manifiestan a través del cultu deorum, orquestado por el Estado y en el que el ciudadano participa.

Para mantener la ansiada Pax deorum, los rituales debían de hacerse de forma idéntica a lo pautado, pues si no las consecuencias podían ser terribles y peligrar incluso la integridad del Estado. Los romanos pensaban que su estatus privilegiado respecto al resto de pueblos del Mediterráneo era debido a la relación privilegiada que mantenían con los dioses y por ello, la perennidad de la urbe y sus fronteras dependía del cultu deorum. Es el origen del mito de Roma Aeterna.

A diferencia de Grecia, en Roma había un alto grado de organizaciones sacerdotales institucionalizadas que se encargaban del culto oficial y ejecutaban el ius sacrum (derecho sagrado): Augures (había 16 en esta época), Pontífices, Flámines, Vestales, Sacerdotes Saliares, los Feciales, etc. Eran elegidos entre los ciudadanos, normalmente políticos o militares, y no necesitaban de una preparación previa. El sacerdocio era un cargo público en relación directa con la política, a consecuencia de esa capacidad de la religión de mantener el propio Estado seguro. Los dioses estaban presentes en los actos públicos y su opinión, que se conocía a través de diferentes técnicas como la lectura de los auspicios, podía implicar la nulidad de ciertas decisiones estatales o de ciertos actos de tipo político, económico y social.

Además de estos cargos públicos religiosos, estaban las cofradías o sodalitates. Por citar alguna, nombraré la de los Luperci, que protagonizaban los Lupercalia en febrero o la de los Fetiales, encargados de ratificar tratados de guerra y paz.

De entre toda esta pléyade de sacerdocios, destacaba el Pontificex Maximus. Más por cuestiones de poder político que religioso, con el paso del tiempo se fue imponiendo sobre los demás colegios. Era el jefe de su colegio sacerdotal y escalón más alto de la jerarquía sacerdotal, que actuaba como árbitro supremo de todos los colegios sometidos a su influencia y vigilancia y controlaba las prácticas religiosas. Éste era un cargo reservado para las familias patricias más influyentes, y en el momento de juego, este cargo es ostentado por Julio César.

Regulador de la religión y del culto, tanto público como privado, entre sus amplias atribuciones tenía además potestad legislativa e interpretativa de la ley y el derecho, era también el administrador de todos los bienes de los dioses y desde el siglo IV a.C elaboraba el calendario fijando claramente todas las ceremonias y festividades señalado además los días hábiles (fastus), no hábiles (nefastus) o mixtos (nefastos durante una parte del día llamados endotercisus o intercisus) que eran los días en que no se podía llevar a cabo acciones de carácter público. El Pontificex Maximo junto al Rex Sacrificulus (jefe de sacrificios) celebraba las ceremonias extraordinarias del culto a Jano, que antes era privilegio del rey. Elaboraba también la indigitamenta: lista que contenía el nombre de las diferentes fuerzas divinas, la manera de invocarlas y sus respectivas funciones. También estaban a su cargo los Annales Maximi, que eran los registros que los sacerdotes, llevaban en tablas enyesadas o blanqueadas, llamadas Álbum que se exhibían en la puerta del Sacro Colegio de los Pontífices o como dicen otros, frente a la Casa del Gran Pontífice. En esas tablas se registraban los hechos ocurridos durante el año, que iban, desde el nombre de los cónsules (la forma cotidiana con la que identificaban los años) y demás magistraturas, a todo acontecimiento de importancia civil, política o religiosa.

Muy relacionadas con el Pontifex estaban las 7 vestales, que habitaban en el Atrium Vestae, al lado de la Regia, hogar del sumo sacerdote romano y cuyo templo redondo estaba contiguo. Estaban la tutela del Pontifex y no de su paterfamilias. Debían de mantenerse 30 años vírgenes bajo pena de ser enterradas en vida y vestían de blanco en señal de pureza. Salían a la calle acompañadas de lictores y los magistrados debían cederles el paso. Colaboraban en innumerables rituales y elaboraban ciertos productos sacros como la mola salsa (de donde saldrá la expresión “inmolar”, refiriéndose al sacrificio) y el suffimen.

La praxis ritual, centro de la religión romana, se concretaba en una serie de actos rigurosamente establecidos, como la plegaria, los himnos (“carmenes”), votos (promesas a los dioses), sacrificios (el ritual que más agradaba a los dioses), adivinaciones, lustratio (purificaciones), banquetes sagrados (epulatio, cuyo plato principal era el animal sacrificado), las supplicationes, etc. Para evitar equivocaciones fatales, los que deseaban hacer una petición a los dioses, podían llamar a sacerdotes expertos para que le fueran asesorando en el modo correcto de realizar la plegaria. El poeta Catulo fue compositor de un famoso Himno a Diana (Poesías, 34). Si había cualquier pequeño fallo, se debía de realizar la instauratio (repetición entera del ritual) y la piacula o expiación del error cometido. Pero el acto de purificación por excelencia era la devotio, el ofrecimiento de una persona como chivo expiatorio de las impurezas colectivas. Era algo muy extremo y sólo se realizaba en situaciones críticas, como la devotio del cónsul Decio, cuando se lanzó contra las filas de los enemigos de Roma en el 343 a. C., a sabiendas de su muerte segura.

El lugar de culto solía ser el templo (aedes, templum) con un altar adosado o cercano, pero también en algún lugar místicamente asociado a la deidad, incluso en praderas como el Campo de Marte (fiestas de carácter guerrero) o en los estadios y coliseos (Juegos de diversos tipos). Con la ceremonia de la inauguratio, los augures sacralizaban el lugar. Este carácter sacro producía que fueran lugar de refugio en caso de peligro y también eran objeto de peregrinaje. Estos templos a veces eran honrados para más de un dios. Por ejemplo, el de la colina Capitolina estaba consagrado a la llamada Tríada Capitolina: Júpiter, Juno y Minerva.

Había innumerables días festivos divididos en tres principales tipos de festividades (según las teorías estructuralistas de Dumézil): Las más arcaicas, de carácter agrícola, ligadas al ritmo de las estaciones, la producción y la reproducción. Los festivales guerreros, al principio y final de la temporada militar (que era de marzo a octubre) y por último, las ceremonias relacionadas con la política y la ley estatal. Un respectivo ejemplo de cada una serían las Lupercalia (idus de febrero), los Equirria (en febrero y marzo) y los Juegos (ludi Apollinares, Plebei, Florales, etc.). El momento de mayor proliferación de fiestas era en febrero, al final del año romano, pues había que empezar el año con buen pie.

Una de las ceremonias de carácter político más representativas del carácter político del romano era el Regifugium, una representación de la huida del Rey (Rex Sacrorum) de Roma una vez se instauró la República y se abolió la Monarquía, hecho que la tradición ubicaba a finales del siglo VI a. C.

Otra festividad de carácter jurídico era los Saturnalia, que debido a su importancia en el contexto del juego os paso a describir brevemente.

Hay que recordar que el día del vivo será los Saturnalia, día nefasto para las votaciones y en dos días, es la Opalia, con lo que la decisión sobre el triunfo de César deberá de votarse entre estos dos días no lectivos. Las decisiones que se tomen en el vivo, no serán llevadas al Senado hasta el día 20 de diciembre, con lo que los PJS tendrán 2 días para actuar antes de las decisiones oficiales y se tendrá en cuenta en las conclusiones del vivo.

Volviendo a la festividad a Saturno, en una sociedad altamente jerarquizada en donde los privilegios de unos pocos contrastaban con la opresión de la mayoría, era preciso realizar una fiesta en donde los roles se invirtieran por un tiempo determinado. En eso consistía básicamente los Saturnalia y servían para desfogar un poco a los esclavos, aunque el resto de la población también se tomaba sus licencias. Se celebraban el 17 de diciembre (aunque más tarde se ampliaría la fiesta hasta el día 23), coincidiendo aproximadamente con el solsticio de invierno. La ceremonia pública consistía en un sacrificio ritual a Saturno (deidad ctónica agrícola) en su templo y se desataba una cinta de lana que representaba unas cadenas místicas que mantenían al dios dominado. Tras ello empezaba el entretenimiento. Era un día de desenfreno en el que incluso se interrumpía la actividad pública y el “orden social natural” se alteraba. Los esclavos se sentaban a la mesa de sus dueños, que les servían los alimentos, aunque a veces, no se cumplía. Se aprovechaba para liberar esclavos y los juegos de azar, prohibidos de forma habitual, estaban permitidos. Se intercambiaban regalos. Esta fiesta fue transformada a posteriori en las Navidades por los cristianos. No era la única fiesta de carácter licencioso. Otro ejemplo era la fiesta de Anna Perenna, con la que se celebraba la llegada de la primavera. Durante el vivo se realizará una ofrenda al Dios, cumpliendo con la tradición.

Otra festividad pública relevante eran en honor a Fors y Fortuna, su paredro femenino, ya que los romanos estaban convencidos que su destino (fatum) estaba en manos de los dioses. Se los veneraba el 24 de junio en su templo, cerca del Tíber, para que los golpes de suerte fueran propicios.

La estatua de Fortuna era representada como una mujer con una venda en los ojos (la suerte era ciega, como la Justicia), que sostenía una esfera y una cornucopia, símbolo de abundancia y a veces llevaba un timón, en representación del rumbo que daba a la vida de los humanos. Fue asimilada con la diosa griega Tyche. Poseía muchos apelativos como Fortuna Primigenia, Victrix, Felix, Domina, Bona, etc.

Además del ius sacrum o derecho sagrado, había infinidad de leyes que controlaban lo relacionado con la religión, como la Ley de las XII tablas que decía entre otras cosas: “”Quién entone un canto maléfico, que sea muerto”.

Por otro lado estaba el culto privado, el que se hacía en las domus de cada familia, en la que se veneraba de forma no reglada a los lares (especie de diosecillos o numina del hogar o de los caminos, como los lares viales) y a los penates (vinculados al correcto abastecimiento, sobre todo alimentario). También se veneraba al Genius, protector de la gens, que a veces era un propio familiar o algún ancestro venerable y aseguraba la pervivencia de la familia (función reproductora) y por tanto protegía directamente al paterfamilias.

Aunque siendo tan grande la importancia de la religión pública en todos los ámbitos de la vida del romano, a veces la frontera entre el culto oficial y el doméstico no se distinguía de forma clara, pues había influencia mutua.

Un ejemplo de rito privado era el libatio, en el que se derramaban sobre el altar doméstico (foto a la izquierda) las primeras gotas de una copa que se iba a beber, en honor de los seres venerados por la familia o la ofrenda de las strues, hogazas saladas de harina de escanda. Un ejemplo muy particular de ceremonial privado era la defixio, nombre de la lámina de plomo (u otro metal), en donde se escribía una maldición dirigida a una persona determinada.

La puerta de la casa, espacio sagrado vulnerable a las fuerzas del mal, se convierte en algo totémico, que se protege con elementos apotropaicos, deidades como Jano y númenes como Lima que cuidaba del umbral. Los caminos y alrededores de la Domus también eran importantes, siendo los más venerados los de los cruces. Los Lares Viales eran los protectores de los caminos y los Lares Compitales vigilaban los cruces, pero había muchísimos más relacionados con este ámbito e incluso se celebraban Juegos en su honor, como los Compitalia de enero.

En la obra de Cicerón De natura deorum, un tratado sobre la naturaleza divina (escrito en los años siguientes al vivo), se define la religio como el culto piadoso de las divinidades, entendiendo “pío” como íntegro o virtuoso, más que como el actual significado de “devoto”. Incluso se personificaron ciertas virtudes y valores asociados a la religión como la diosa Fides (fidelidad), pero Cicerón opinaba (De las leyes 2, 28) que no se debía de hacer lo mismo con los vicios, pues en Atenas se edificó un templo al Ultraje y la Desvergüenza y en la misma Roma, llegó a haber altares dedicados a la Fiebre y a la Mala Fortuna.

También se le rendía culto a la figura del numen, fuerza sobrenatural que se encargaba de una faceta de la vida, pero sin forma definida. Alguno de estos numina eran Stercolinus, al que se invocaba antes de abonar el campo o Reparator, que ayudaba al campesino a preparar la tierra. Estas fuerzas animistas eran de orígenes inmemoriales y con el tiempo, incluso fueron adorados como dioses, como Saturno, que fue uno de los numina que se invocaba a la hora de sembrar. Etimológicamente, Saturnus deriva del verbo sero, que significa sembrar y que remonta el culto a este poder a la época de la Roma arcaica. Estas deidades provenientes de los numina, eran invocados de forma ambigua debido a su origen no antropomórfico y se usaban letanías como “siue mas, siue femina” (tanto si es macho como hembra) o “si deus si dea est” (tanto si es un dios como una diosa).

Llegó a haber tantos numina, que se reguló su culto a través de los indigitamenta, listados elaborados por los pontífices, en donde se recogieron sus nombres, funciones y las invocaciones que había que dirigirles para que las demandas fueran escuchadas.

Esta obsesión de los romanos por la regularización del culto, fue una de las causas que provocaron que cultos que escapaban de esta institucionalización, fueran prohibidos, como lo ocurrido con las Bacanales en el año 186 a. C.

El inframundo también era parte de la religión romana. Había divinidades protectoras de los muertos (los manes) o almas en pena (lémures o las Laruae). También el dios Dis Pater, las diosas Mania, Tacita, Lauerna, Carna, Proserpina, etc. Las tumbas solían llevar la inscripción Diis Manibus sacrum (DMS) que significaba que la sepultura había sido consagrada a los dioses manes. También se les rendía culto público en las festividades de los Parentalia, los Rosalia o los Violaria. El culto a estos espítitus (numina) o dioses infernales se realizaba para que no interfirieran negativamente en el mundo de los vivos, como la diosa Mania que podía hacer enloquecer a las personas o las larvas (Laruae) que eran espíritus de malhechores que podían poseer a los vivos y hacerles enfermar. Estas almas en pena muchas veces eran creadas por una mala ceremonia fúnebre o la falta de ella, de ahí que fuera tan importante el realizar correctamente el rito funerario.

Por si no había suficientes deidades, cada vez que aparecía una necesidad nueva, el romano podía adoptar dioses foráneos o ampliar la esfera de poder de dioses ya existente (asimilación), como ocurrió con Venus, originalmente una diosa protectora de los huertos, que por influencia de la Afrodita griega amplió sus atribuciones al ámbito de la belleza y el amor. Los dioses egipcios fueron muy bien acogidos en Roma, sobre todo entre las mujeres, que veneraban a Isis, Osiris y Serapis.

Además, cuando el ansia de conquista se hizo más fuerte en el espíritu romano, para no enemistarse con los dioses tutelares de los lugares conquistados, realizaban la ceremonia de la evocatio, un rito previo al asalto de un lugar, por el que rogaban a estos dioses extranjeros que abandonaran la zona y se trasladaran a Roma, donde serían objeto de un culto mejor. Así, fueron adoptadas innumerables deidades provenientes de la multitud de pueblos conquistados por los romanos. Una de las evocatio más importantes fue la que “atrajo” a los Dioscuros (Cástor y Pólux) a Roma desde Túsculum a principios del siglo V a. C.

Pero ¿qué pensaba el pueblo de estos dioses? Un romano cultivado (Cicerón, Horacio, un senador, un notable) creía en la divinidad pero no en la mitología de los dioses. Es decir, aceptaban y tenían fe en las abstracciones que cada dios representaba, pero no en las historias de sus vidas. Un hombre cultivado se decía a sí mismo: “Existe una Providencia, sigo creyéndolo; el núcleo de la verdad de las leyendas sobre los dioses debe consistir en esto. ¿Pero hay además una suerte de realidad en Apolo o en Venus? ¿Son otros tantos nombres de la única Divinidad?¿O acaso nada, fuera de una vana fábula?”.

La relación de los romanos con sus divinidades era muy parecida a la manera en que relacionaban con los poderosos, reyes o patronos (la conocida relación clientelar). Cada mañana, saludaban con la mano a los dioses cuando pasaban delante de su imagen o acudían a sus templos. Generalmente rendían homenaje al dios cuyo templo era vecino a su domicilio, porque más valía tener contentos a los vecinos.

Los fieles ofrecían dádivas y promesas (votos) a sus dioses para obtener protección divina. Elevaban plegarias a los dioses y les erigían un altar dentro de sus casas o, los ricos, construían un santuario dentro de su propiedad. Con los dioses, como con los patrones, se mantenía un esquema de intercambio de dones y dádivas. La relación entre el fiel y el dios era como una amistad entre desiguales que entran en relaciones de confianza para sus intereses respectivos. Era común que un romano dijera a un dios: “Cúrame y tendrás una ofrenda” o “Si me procuras un feliz viaje a Alejandría, te ofreceré un sacrificio” o bien “Ayúdame, sé que lo puedes hacer”, para picar el orgullo divino. Los romanos no temían a sus dioses, más bien los admiraban y los trataban con bastante familiaridad (incluso sentándolos a su mesa, como hemos visto arriba) excepto cuando había malos presagios, prodigia o se rompía la Pax Deorum.

Incluso Catón, en su tratado de agricultura “De agri cultura”, recoge un ruego a Marte para que sea propicio para el agricultor.

Himno de los fratres aruales.

Salud, ayudadnos, Lares.

Salud, ayudadnos, Lares.

Salud, ayudadnos, Lares.

No dejes, Marte, que la peste o la catástrofe caigan sobre el pueblo.

No dejes, Marte, que la peste o la catástrofe caigan sobre el pueblo.

No dejes, Marte, que la peste o la catástrofe caigan sobre el pueblo.

Sáciate, fiero Marte, salta el umbral y quédate ahí en pie.

Sáciate, fiero Marte, salta el umbral y quédate ahí en pie.

Sáciate, fiero Marte, salta el umbral y quédate ahí en pie.

Llamad por turno a todos los Semones,

Llamad por turno a todos los Semones,

Llamad por turno a todos los Semones,

Salud, ayúdanos Marte.

Salud, ayúdanos Marte.

Salud, ayúdanos Marte.

Triunfo, triunfo, triunfo, triunfo, triunfo.

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