17/4/11

El "asunto" Egipcio.


Estimados ciudadanos, como no sólo de Roma está compuesto el vivo, es necesario que conozcáis algo más sobre la razón que hay tras la presencia de la Reina Cleopatra VII en ViIla Atia, así que sin más preámbulos, os cuento un poco.


La relación de Roma y Egipto ha sido bastante agitada en los últimos años. Los faraones de la Dinastía Ptolemaica, instaurada por el comandante de Alejandro Magno y su Diádoco Ptolomeo, llevan siglos en el poder, pero los sucesivos incestos y matrimonios entre hermanos, han debilitado la estirpe. Desde hace unas décadas, los problemas dinásticos y de sucesión, provocan que la marcha normal del país no sea la adecuada y una verdadera casta de eunucos, sacerdotes y consejeros, manipulan a muchos de los monarcas egipcios. Una prueba de este hecho, además de la economía dañada del país, fue la aparición de una figura cortesana muy poco presente hasta el momento, los catadores, que comenzaron a ser imprescindibles de forma directamente proporcional al aumento de las intrigas cortesanas. Chipre y Roma sirvieron de refugio a los conspiradores que no conseguían sus objetivos.

Desde hace unos 30 años, en tiempos de Sila, Roma puso sus ojos en Egipto. Por ello, el futuro rey Alejandro II se refugió en Roma esperando el momento de ser entronizado y con el apoyo del dictador, la diplomacia y el dinero romano, consiguió su objetivo. El rey Soter ("El Salvador") no había dejado más herederos que él y su esposa, con la que tuvo que casarse aún siendo su tía carnal, ya que no quería renunciar al trono. Pero pronto la asesinó y se la quitó de encima, aunque ello le acarrearía la furia de la plebe, que adoraba a su reina. Ello se unió a la subida de impuestos, ya que tenía que devolver el dinero que le habían prestado los romanos.

Tan solo 19 días tras su entronización, fue sacado a rastras del palacio y despedazado por su propio pueblo. Dos de los hijos bastardos de Soter se presentaron para reclamar el trono. Uno tomó Chipre y el otro gobernaba el país, Ptolomeo Auletes. (El aulós era una flauta típica, y el sobrenombre Auletes, el flautista, hacía referencia a su dejadez en el gobierno y a su máximo interés, según las malas lenguas: Tocar la flauta.)

Era un rey interesado en festivales, concursos musicales, borracheras, holgazanear y copular. Cicerón dijo de él: “Todos estamos de acuerdo en afirmar que el hombre que ocupa hoy el trono de Egipto no es rey ni por nacimiento ni por espíritu”.

Pero el problema surgió al principio del reinado de Auletes, ya que se corrió el rumor que había un testamento a nombre de Alejandro II en el que este rey legaba Egipto nada menos que a Roma (Senatus populusque romanus).

Los más cabales no creyeron semejante cuento, aunque otros, deseosos de obtener de forma pacífica una joya como Egipto, acudieron a precedentes. Atalo de Pérgamo legó su reino a Roma a su muerte, hacía unos 70 años, convirtiéndose en provincia. Lo mismo ocurrió con Cirene hacía cuarenta años y con Bitinia, hace unos veinte.

Se decía que era una decisión del anterior faraón para evitar el derramamiento de sangre a su muerte y para proteger a su pueblo de pueblos más violentos que los romanos, que veían con deseo al país del Nilo.

Pero este hecho era inconcebible para el pueblo egipcio, que exigía un gobernante que se opusiera a la dominación romana o de cualquier otro imperio en expansión. Eran una civilización esplendorosa cuando Rómulo y Remo aún mamaban de la loba y eso estaba impreso a fuego en su carácter.

Durante el consulado de Cicerón (63 a. C.), César y Pompeyo intentaron meterse en una junta de gobernadores para supervisar la toma de Egipto, respaldándose en el misterioso testamento. Cicerón actuó en su contra, pues pensaba que eso les convertiría en poco menos que reyes, con el oscuro significado que esa palabra tiene para un romano republicano. (Como contaba por encima en el artículo del blog "La cumulatio".) Eso no detuvo a los dos generales, que pasaron a extorsionar directamente al faraón.

Chipre cayó en manos romanas y las gentes pidieron al rey ser liberadas, pero Auletes hacía de anfitrión a los embajadores romanos y viéndose presionado por el rumor del testamento de Alejandro, “regaló” 35 millones de denarios a César y a Pompeyo, para que sobornaran al Senado romano y se pagaran sus legiones, y así, dejarle tranquilo un tiempo más. Ello redundó en aumento de impuestos al pueblo, que se enfureció. A cambio, Auletes recibió una placa conmemorativa de su “amistad” con Roma en el monte Capitolino, en la cual se le nombraba como “amigo y aliado del pueblo romano”.

La ira del pueblo no se hizo de esperar y el faraón debió de huir a Roma en el año 58 a. C., en donde fue protegido por Pompeyo, instalándole en una lujosa villa, llena de esclavos para servirle. Mientras garabateaba misivas al Senado pidiéndole que le reinstauraran en el trono en contra de los deseos de su propio pueblo, su hija Berenice fue entronizada.

Algunos aún estaban a favor del viejo rey, pues argumentaban que siempre estuvo en una posición precaria, pero que supo mantenerse por dos décadas, sobornó a los romanos ansiosos de sus tierras y consiguió fomentar la desunión entre romanos, para que no se pusieran de acuerdo en quién se llevaría los beneficios si consiguieran Egipto y con ello, mantuvo la integridad del país, con más o menos acierto.

El pueblo egipcio se debatía entre el rechazo a sus propios gobernantes y la negativa ante la absorción como provincia por parte de Roma. Quizá, por ello, eligieron el mal menor y entronizaron a Berenice, ya que si se seguía comportando como su padre, siempre podrían expulsarla, cosa que no lograrían hacer con los poderosos romanos. Los egipcios quieren seguir manteniendo sus costumbres, sus leyes, no quieren ser obligados a participar en las guerras romanas y no quieren ser expoliados por Publicani romanos (recaudadores de impuestos).

A todo esto, el famoso testamento de Alejandro II no ha podido ser mostrado jamás en los tribunales romanos, con lo que parece refutar la teoría de que no es más que un bulo o una falsificación, que utilizan los codiciosos romanos para chantajear al faraón.

En aquella época, los romanos residentes en Egipto no salían de sus posesiones por miedo a la plebe y en todos los rincones se debatía sobre “el asunto de Roma”. La diplomacia egipcia se encaminó a Roma para exigir que dejaran de interferir en sus asuntos y que reconocieran de una vez a la reina Berenice. Auletes mientras se marchó a Éfeso para pasar un agradable invierno, demostrando así su descuido sobre el tema. Pero el aparente desinterés del Ptolomeo escondía sus intrigas para derrocar a su propia hija. Con la ayuda de Marco Antonio, por entonces gobernador en Siria, y Gabinio, consiguió derrotar al ejército de Archelaus, segundo marido de Berenice IV, y fue devuelto al trono. Uno de sus primeros actos fue mandar ejecutar a su hija Berenice hace apenas 5 años.

Ptolomeo XII Auletes reinó desde ese día hasta su muerte en el año 51 a. C; dejándole el trono a su hija adolescente Cleopatra VII Filópator y a su hijo Ptolomeo XIII Dioniso III, que contaba aproximadamente con doce años, con quien ella va a tener que casarse por testamento de su padre. Ptolomeo XII dejó como tutor de ambos al regente que hubiera en Roma, quien debía hacer cumplir el testamento y casar a los hermanos. Se supone que esta es la causa de su presencia ante el cónsul Claudio Marcelo.

De los hermanos de Cleopatra sólo quedaban vivos el mencionado Ptolomeo XIII, que tenía unos doce años y dos hermanos menores (Arsínoe y Ptolomeo XIV). Ptolomeo XIII, muy joven y manipulable, era prácticamente manejado por tres consejeros muy hostiles a su hermana Cleopatra: el eunuco llamado Potino, el general Aquilas y el retórico Teodoto.

Además, al poder que supone el control de un país tan rico como Egipto, se une el carácter estratégico de la zona, pues el pleno control significaría para los romanos una rápida vía de transporte de tropas de Oriente a Occidente, la posibilidad de tener legiones establecidas en el lugar y así poder reubicarlas con facilidad, control más cercano de sus posesiones africanas, etc.

La situación en estos momentos es aún muy inestable en el Nilo y por ello, Cleopatra ha acudido a Roma (y de allí a Villa Atia) para gestionar, con el actual y el futuro cónsul, el trámite de la entronización, hecho que es muy conveniente para los romanos, que ansían sacar el máximo provecho de la debilidad actual del país.

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